Iglesia Evangélica Metodista de Martínez

Pastor: Marcelo Mondini

Creemos en Jesús como Señor y Salvador

Queridos hermanos de la iglesia:

En este tiempo de cuarentena buscamos estar unidos en el Señor a través de su Palabra, la oración y el testimonio de hermanos y hermanas que nos precedieron. Hoy recordaremos a dos esclavas que supieron seguir las huellas de Jesús. Leamos primero un texto bíblico y luego la narración de sus vidas. Y al final compartamos una oración, que cada uno hará en el momento y lugar donde se encuentre.

Lectura del evangelio:  Mateo 11:25 y 28-29

Jesús, dijo: 25 "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. (…)

28 Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. 

29 Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas,  30 porque mi yugo es fácil y ligera mi carga". 

 

Sophia Campbell y Mary Alley, esclavas

 

El 29 de noviembre de 1758 John Wesley escribió en su diario: “Cabalgué hasta Wandsworth y bauticé a dos negras que pertenecían al señor Gilbert, un hacendado de Antigua”. El bautismo fue como consecuencia de que los tres habían participado de la predicación de Wesley y habían tenido una fuerte experiencia de conversión. A su regreso a la isla de Antigua, en el Caribe, Nathaniel Gilbert abandona su cargo en el Parlamento local y comienza a predicar el evangelio entre quienes lo rodean: sus esclavos, los que trabajaban en su plantación de caña de azúcar.  Al cabo de los años forma con ellos una congregación de 200 miembros. Luego, como suele suceder, Nathaniel Gilbert muere. Por poco tiempo lo sucede su hermano Francis, pero este sigue esa costumbre tan popular y también muere. Y la comunidad queda sin sus mentores, sin aquellos que la llevaron al evangelio.

En la Biblia hay dúos de mujeres célebres. Las parteras Puá y Fuá de Egipto; Noemí y su nuera Rut; las primas Isabel y María, las madres de Juan y Jesús; Marta y María, las hermanas de Lázaro que recibieron a Jesús en su  casa. Ahora queremos rescatar del fondo de la historia y agregar a esta lista notable a las esclavas  Sophia Campbell y Mary Alley. Poco sabemos de ellas, tan poco que no es posible intentar una biografía, ni una reseña de sus vidas. Sabemos que ambas acompañaron a su amo en Londres a escuchar a ese predicador del que todos hablaban. Sabemos que allí fueron bautizadas y también que al fallecer los Gilbert asumieron sin títulos ni pompa, la conducción de la iglesia en Antigua, esa congregación de esclavos que había descubierto que el evangelio les daba la libertad que el mundo les negaba. Fueron pastoras, predicadoras, celebraron en la iglesia la llegada de los bebés y en los sepelios dieron gracias por la vida de quienes partían. Estas dos mujeres esclavas, cuando el poder lo tenían amos y bucaneros,  lideraron la misión y la hicieron  crecer, y fueron portadoras de la luz que ilumina en las tinieblas.

El Espíritu dispuso que no hubiera tumba para Sophia y Mary. Sus restos están en algún lugar de la isla, ya integrados con la nueva vida. Son caña de azúcar, son la madera de un púlpito, son la arena infinita. Casi como un reflejo, en un lugar del mundo donde la belleza lo inunda todo, podemos imaginar la inmensa hermosura de Sophia y Mary.

 

Oramos

Señor nuestro, tú eres el sostén de los dolidos de corazón, el médico de las naciones, el reparador de nuestros quebrantos. Contempla con tu misericordia, te lo rogamos, los males del mundo y extiende sobre nosotros tu mano de sanidad. Atrae a todas las personas hacia ti por los lazos de tu amor. Llena tu iglesia de tu Espíritu, para que cumpla su tarea de reconciliar al mundo en una gran familia, en la cual florezca la justicia y la misericordia, la fe, la verdad y la libertad, y donde seas alabado siempre.

Recordamos con cariño a Sophia y Mary, y te pedimos que nos des la fuerza de tu espíritu que ellas también recibieron.

Oramos en el nombre de Jesucristo, nuestro salvador, Amén.