(Fragmento de P. Andiñach, “Génesis” en el A. Levoratti (ed.) Comentario bíblico latinoamericano, Tomo 1, Estella, Verbo Divino, 2005, pp. 381-382.)
Génesis 10
Repoblación de la tierra luego del diluvio y la torre de Babel (10,1-11,9)
Este nuevo episodio de la historia del mundo muestra cómo la tierra se volvió a poblar a través de los descendientes de Noé y culmina con el episodio de la fundación de Babilonia y la construcción de su torre. Los tres hijos de Noé muestran un esquema recurrente al evocar los tres hijos de Adán y Eva (4,1-2.25), los de Lamec (4,19-22) y los de Teraj (11,26).
10,1-32 Repoblación de la tierra
A partir de los tres hijos se construyen los pueblos. Es difícil establecer un criterio que de cuenta de todos los aspectos involucrados en esta distribución. Un criterio social y cultural podría estar detrás de esta división. Es posible atribuir a los descendientes de Sem el carácter de pueblos nómades (semitas). De Cam parecen descender los pueblos sedentarios (egipcios). De Jafet los pueblo marítimos habitantes de las costas y la islas lejanas (griegos, cretenses). Pero esta distribución puede ser cuestionada pues tampoco explica todas las relaciones presentadas. Es probable que si este fue el criterio refleje el precario conocimiento que el autor tenía de la realidad geográfica de las regiones lejanas a su lugar, y así expresó más sus propias ideas sobre otros pueblos que una realidad geográfica e histórica. De todos modos se deben rescatar dos elementos de estas genealogías: el primero tiene que ver con el universalismo con que describe la población de la tierra. A partir de un mismo hombre se desarrollan todos los pueblos. Lo segundo es que atribuye un origen humano al surgimiento de cada pueblo, lo que por extensión se aplica también a Israel. Esto contrasta con la pretensión de los pueblos poderosos de poseer un origen divino y en consecuencia de hacer pesar ese origen para oprimir a los más débiles. Eso viene en la siguiente escena.
11,1-9 Fundación de Babilonia y crítica del poder
Este relato está cuidadosamente redactado y tiene como fin volver a mostrar el rechazo de Dios a todo proyecto de divinización humana, en este caso de hegemonía imperial. En el texto podemos distinguir tres partes:
1-4 Proyecto político y cultural
5-7 Acción de Yahvé
8-9 Dispersión de Babilonia y origen del nombre
Al comienzo se presenta a un pueblo que se establece “desde el oriente” con el fin de edificar una ciudad y una torre que llegue hasta el cielo. La torre será un símbolo del poder y del carácter divino de ese pueblo. La harán con ladrillo cocido –material abundante en la Mesopotamia- y no con piedra como se construían las ciudades israelitas. A estas torres las llamaban en su lengua “zigurats”, que eran sus templos.Esta ciudad con su torre les daría la fama que necesitaban para someter a otros pueblos y los protegería del riesgo de ser diseminados como hacían ellos con los pueblos vasallos que eran enviados fraccionados al destierro.
Estando en plena tarea la unidad siguiente cuenta que Yahvé bajó a ver la obra que edificaban los “hijos de los hombres”, expresión destinada a afirmar que era una obra humana. La meditación puesta en boca de Yahvé (v. 6) recuerda a las palabras de 3,22 “he aquí que el ser humano es como uno de nosotros” donde al ver esa situación actúa en consecuencia. En este caso decide impedir el éxito del proyecto babilónico confundiendo su lengua y así hacer imposible el trabajo mancomunado en la construcción de la ciudad y la torre.
El cierre del relato cuenta que esa acción de confundir la lengua los precipitó a la temida dispersión y que de ese hecho deriva el nombre Babel. Es sabido que la etimología de este nombre no corresponde como señala el texto a la palabra hebrea para “mezclar, amasar” sino que tan solo tiene una fonética parecida. Pero no es esto lo que interesa resaltar sino que según este relato es Yahvé –el Dios del pueblo sometido- quien da el nombre a la ciudad. Y también el dato irónico de esta unidad consistente en que los constructores pretendían un nombre que les diera fama y hallaron uno que por el contrario les va a recordar su fracaso de allí en más y delante de todos los pueblo que ellos oprimieron.
Esta narración ha recibido numerosas interpretaciones a veces opuestas y contradictorias. No debe entenderse como una nueva explicación de la existencia de los pueblos dispersos y sus diversas lenguas pues eso ya está establecido en el capítulo anterior, ni como la construcción de la primera ciudad, también ya presentadas en 10,8-12. Ahora lo que interesa es describir la desmesura de una nación que no solo construye su ciudad sino que hacen una torre cuya cúspide debe llegar al cielo para darles fama, es decir, para ser más importantes que los demás pueblos. Ya dominan la tierra, ahora quieren dominar los cielos.
No es difícil imaginar el sentido de este relato si lo ubicamos en el contexto de su redacción cuando Israel estaba cautivo en Babilonia y era presionado cultural y políticamente para que aceptase la supremacía de los babilonios sobre sus propias tradiciones. Así el relato se construye como una denuncia de la fragilidad del poder del imperio y de la falsedad de su pretensión de ser una nación destinada a dominar por siempre. Dios confunde la lengua de los babilonios –pero no dice que se crean nuevas lenguas- para que al no poder comunicarse los constructores entre ellos se vea frustrado su proyecto de dominación. Ya el texto anterior (10,1-32) había establecido el carácter humano del origen de toda nación, mientras que ahora se profundiza por un lado aplicando este concepto a Babilonia misma, y por otro al relativizar el respaldo divino al proyecto político del imperio. La distancia entre el poder de uno y otro pueblo es inmensa. Israel apenas si pudo reconstruir pobremente su templo al regresar del exilio mientras que Babilonia exhibía templos en forma de pirámide escalonada de un tamaño inmenso cuyos restos en varios casos aún hoy pueden verse. Pero esta narración augura para la poderosa Babilonia la dispersión y la debilidad tal cual la sufre en ese momento Israel.
No deja de tener ironía el texto al decir que Yahvé descendió (v. 5) para ver la obra de los babilonios que ellos entendían como llegando a los mismos cielos. Estos no podían aceptar que un pueblo como Israel tuviera un Dios capaz de juzgarlos o de complicarles un proyecto. El autor se extiende hasta decir que no solo dejaron de construir su ciudad sino que fueron esparcidos por todos los rincones de la tierra. Si nuestro texto fue escrito o reescrito en el período postexílico no hace otra cosa que relatar en lenguaje simbólico el destino final de Babilonia una vez conquistada por los persas.