Queridos hermanos de la iglesia:
Hoy vamos a pensar en el primer mártir de la Iglesia. Se llamaba Esteban y su historia está narrada en el libro de los Hechos 6-7. Es un ejemplo de lo que el Evangelio produce en la vida de quienes lo aceptan y se disponen a compartirlo. A Esteban le costó la vida, a nosotros probablemente mucho menos, pero no por eso debemos olvidarnos de nuestras responsabilidades. Evocamos su vida y sentimos que el Señor también nos llama a nosotros y nos pone nuestro propio desafío de la fe. ¿Cuál es el tuyo?
Lectura bíblica: Hechos 6:7-8
La palabra del Señor crecía y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe. Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo.
Esteban o el huracán de las palabras
Era necesario buscar personas que se encarguen de las tareas cotidianas porque los discípulos estaban ocupados en la oración y en la enseñanza. Vemos que la iglesia todavía se estaba formando y ya había problemas entre sus miembros: Los creyentes griegos se quejaban de que los creyentes judíos los discriminaban. Para disminuir la tensión y equilibrar las tareas eligen siete personas: Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas, y Nicolás. Todos son nombres griegos, lo que indica que se procuró responder a sus quejas. De ellos poco sabemos, con excepción de Esteban y Felipe el evangelista; quizás desarrollaron su ministerio sin sobresaltos, atendiendo las necesidades de las viudas y pobres. Pero a Esteban, su misión, le costó la vida.
Por lo que se cuenta, más que poner las mesas, Esteban predicaba la buena noticia de Jesús. Debido a su condición de residente en Jerusalén pero de cultura helénica, es probable que irritara más a los judíos de la diáspora que a los del lugar. De hecho quienes piden que lo apresen son judíos alejandrinos, de Cirene y de Asia. Sobornan y mienten y logran que sea llevado al Sanedrín y al Sumo Sacerdote acusado de pervertir la fe de Israel.
En ocasiones una pregunta se la lleva el viento; en otras desata un huracán. El Sumo Sacerdote, simplemente le pregunta: “¿Es así como dicen?” Probablemente pensó que la respuesta descomprimiría las tensiones; que este joven buscaría apaciguar los ánimos y continuar su vida manteniendo en privado sus ideas o compartiéndolas en la intimidad de esa nueva comunidad de judíos que sostenían que aquel nazareno crucificado en la última pascua había resucitado y volvería para juzgar la tierra. No era la primera vez que desatinos como ese habían surgido, del mismo modo que al cabo de un tiempo se habían esfumado. Es muy probable, probabilísimo, que el Sumo Sacerdote quisiera oír de boca de Esteban palabras de disculpa y arrepentimiento y así todos se irían a sus casas conformes y en paz.
Pero Esteban desata el huracán del evangelio. Podía callar o retractarse pero decide ser fiel a la palabra que había recibido. Primero los llama hermanos y padres; luego les recuerda la historia de los actos de Dios a favor de su pueblo Israel desde Abraham hasta Salomón. Y luego los confronta con su rechazo de los profetas, con su actitud de no oír lo que Dios tiene para decirles. Les dice lo más duro: “Resisten al Espíritu Santo”. Esteban predica con energía y con conocimiento, pero en este caso no hubo conversión. Creció la ira contra él, lo arrastran fuera de la ciudad y lo asesinan tirándole piedras. En su agonía clama por perdón para sus asesinos.
Que el nombre Esteban (en griego Stephanos) signifique corona suma a su gloria. Recibió una corona que ningún rey había recibido antes ni la recibirá después.
Oramos
Roguemos con fe a Dios, nuestro Padre, a su Hijo Jesucristo, y al Espíritu Santo.
Por la Iglesia de Cristo extendida en toda la tierra, imploramos el Espíritu y la diversidad de sus dones.
Por los responsables de los pueblos, a fin de que consoliden y defiendan la justicia y la paz, pidamos la sabiduría de Dios.
Para que se quiebren las barreras que separan a las personas, reconcílianos, oh Cristo, por tu cruz.
Para que se quiebren las barreras que separan a los fieles de diferentes religiones, reconcílianos, oh Cristo, por tu cruz.
Para que se rompan las barreras que dividen a los cristianos, reconcílianos, oh Cristo, por tu cruz.
Para que todo aquello que separa a los hombres de las mujeres, a los jóvenes de los ancianos, a los ricos de los pobres,
sea transformado por tu mano de paz y reconciliación. Amén.