La Palabra y la oración nos unen y nos dan fuerzas…
La vida de Job tuvo tres momentos. El comienzo fue venturoso y feliz. Formó un hogar y fue bendecido con riquezas y un buen pasar. Tal era su felicidad que Dios lo puso a prueba y envió sobre él toda clase de calamidades. Ese es el segundo momento en la vida de Job. Pierde su familia, su dinero y su salud. Y cuando ya nada podía ser peor, vienen los amigos y lo acusan de estar lejos de Dios. En este momento de prueba es cuando Job fortalece su fe. Lejos de abandonarla se afirma y persevera en su íntimo convencimiento de que el Señor está con él aun cuando todas esas calamidades hayan caído sobre su vida. El tercer momento es el de la bendición. Dios valora la fe de Job y su entereza, y por eso le restituye su vida pasada.
El ejemplo de Job debe iluminar nuestros días de cuarentena. En medio de la incomodidad y la incertidumbre, somos invitados a confiar en el Señor. El no nos abandonará.
Pero yo sé que mi Redentor vive, y que al fin se levantará sobre el polvo. Y que después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios. Lo veré por mí mismo; mis ojos lo verán, no los de otro. Pero ahora mi corazón se consume dentro de mí. Job 19:25-27
Job y el redentor que vive
Job sufre y no sabe por qué. Es el peor de los sufrimientos porque parece no tener motivo ni justificación alguna, si es que puede haber justificación para el horror. Pero sólo él sabe que su padecimiento es profundo y es en su cuerpo y en su alma. Primero pierde a sus hijos y luego son las llagas las que carcomen su cuerpo: Job fue herido en su hueso y en su carne.
Hay quien le aconseja maldecir a Dios y morirse. En la concepción de aquel entonces ambas cosas iban juntas, en particular porque si todo venía de Dios él era el responsable de las calamidades. ¿Y a quién le interesa un Dios que se alegra en hacer sufrir a sus criaturas?
Jorge Pixley nos mostró en un libro memorable que el mensaje de Job es aún más que eso. Es la denuncia contra aquellos que se apresuran a decir “por algo será” que te sucede tal cosa. La de quienes juzgan sin saber lo que hay en el corazón del que sufre y sentencian “algo habrás hecho para merecer este destino”. Y con ese argumento, superficial y ausente de toda misericordia, se justifican tragedias, encarcelamientos, torturas, pobreza, opresión, desempleo, violencia contra la mujer, abandono de ancianos. Y se crea una teología de la justificación del horror. Los amigos de Job le dicen que se arrepienta pues por algo será que le pasa todo esto. Y Job sabe, en su fuero más íntimo que él es inocente y que ni él ni nadie merece sufrir.
Es interesante notar que en la narración Job sabe y declara que hay quien lo redimirá de su dolor. Es un dolor con dos caras: el de la pérdida injusta e incomprensible de sus seres queridos, el de su carne mancillada; y el de ser acusado de lo que no hizo, de ser sospechado por sus amigos de haber violado lo que no violó. Les dice a ellos “yo sé que mi redentor vive” (Job 19:25) y ese redentor lo defenderá frente a todos en el día en que lo vea cara a cara.
La soprano cantará con vigor esta línea en el Mesías de Händel. Jorge Luis Borges las repetirá en su cuento La casa de Asterión. No lo vemos, no sabemos ni el día ni la hora, pero sabemos que el redentor, en aquel día, se levantará del polvo y estará del lado de los que han sufrido, de los que han sido humillados, de todo aquel que sostuvo su fe en medio del dolor.
Oramos juntos…
Haznos ver, oh Cristo, los prejuicios y miedos que nos embargan.
Haz que podamos conocer las causas del dolor, y ayúdanos a superarlas.
Haz que nos sintamos cerca de cada uno de los hermanos y hermanas de la iglesia.
Ponemos en tus manos, Señor, a aquellas personas que sufren en estos días por temor o por enfermedad.
Ponemos en tus manos, Señor, a aquellas personas que sufren soledad.
Ponemos en tus manos, Señor, a aquellas personas que han perdido la esperanza.
Pedimos tu dirección a todos los que hoy buscan encontrarte. Que los dirijas hacia tu presencia.
Pedimos tu luz para quienes están desorientados. Que los ilumines con tu Palabra.
A todos, los unos y los otros, los que esperan en ti, dales la paz en tiempos de tormenta, dales tranquilidad en tiempos de violencia.
Lo pedimos confiando en tu bondad; por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.