Iglesia Evangélica Metodista de Martínez

Pastor: Marcelo Mondini

Creemos en Jesús como Señor y Salvador

 Génesis 33

Jacob y Esaú se encuentran


33,1-20. Encuentro de Jacob y Esaú. 

El temido encuentro con su hermano Esaú se avecina ni bien finaliza su lucha en el capítulo anterior. Teme la venganza que Esaú podría ejercer contra él y su familia, por el hecho de haberle arrebatado sus derechos de primogénito.  Jacob presume un conflicto militar y dispone de su familia en orden de cercanía y aprecio. Adelante van las siervas con sus niños, luego Lea y sus hijos, y por último a su amada Raquel y el pequeño José. Este último es el único de los once hijos que nombra. Esta disposición obedece a que en caso de una agresión armada los últimos tendrían más posibilidades de huir y salvarse; también a que en los protocolos reales los últimos en presentarse eran los más importantes. Quizás ambas cosas pasaron por la mente de Jacob. De cualquier modo es evidente que pone a Raquel y José en el lugar más protegido y en papel central de su familia. 


Jacob se coloca delante de todos y se inclinó a la usanza de los reyes ante otros monarcas más poderosos. Arrodillándose siete veces expresaba sumisión ante el hermano. Esto no correspondía en sentido estricto pues él era legalmente el que poseía la primogenitura, pero Jacob no estaba seguro cual sería la actitud de su hermano. Esaú no acepta tal formalidad y corre a abrazarlo y besarlo como un hermano que encuentra a otro luego de veinte años. De las trampas del pasado nada menciona sino que por el contrario muestra interés en conocer la familia, la que se irá presentando en el orden en que estaban dispuestos. Como era de esperar Raquel fue la última en presentarse y así quedar destacada del resto.


Esaú se muestra sorprendido por las comitivas que fue encontrando y no quiere aceptar los regalos. Sin embargo Jacob no está del todo convencido de la bondad de su hermano e insiste en que los tome. De hecho aceptar los regalos comprometía a Esaú de un modo mayor que si no lo hacía aunque el rechazo fuera por cortesía. Una vez aceptados los presentes Esaú invita a Jacob a que vayan juntos a su tierra. Su actitud es sin recelos y abierta, pero Jacob prefiere tomar distancia y encuentra una excusa adecuada. Los niños y el ganado hacen lento el viaje, mientras que Esaú con sus hombres pueden ir más rápido. De modo que tampoco acepta una escolta que Esaú le ofrece y el texto señala al final (v. 16) bastante secamente que Esaú regresa a su tierra de Seir, en Edom. Quizás esto pueda entenderse por el hecho de que Jacob quería ir al corazón mismo de la tierra prometida y no al lugar de residencia de su hermano para marcar la diferencia entre la promesa hecha sobre él y el destino marginal de Esaú. Otra posibilidad es que el carácter guerrero de Esaú (27,40) asustaba a Jacob que había llevado una vida pastoril y sedentaria y temía por una represalia posterior. Algo de eso captó Esaú porque su partida tan poco festiva contrasta con la algarabía de su encuentro. Lo que fue un encuentro lleno de alegría para Esaú fue solo un alivio para Jacob.


La narración nos irá conduciendo hacia la ubicación de Jacob en un lugar que será central para el futuro del Israel. Primero acampa al este del Jordán en Sucot (significa cabañas en hebreo), donde construyó cabañas para proteger del sol a su ganado. Esta será una ciudad muy importante a lo largo de la historia bíblica. Luego va hasta Siquem –ya en Canaán- donde compró un campo a los hijo de Hamor, una nombre vinculado a lo largo de mucho tiempo a esa ciudad. Por allí había pasado su abuelo Abraham (12,6) cuando llegaba por primera vez a estas tierras.


En esa ciudad construyó un altar y lo llamó “El es el Dios de Israel”. En el panteón cananeo El era el Dios de la creación pero el nombre había derivado en un sustantivo común que significaba simplemente Dios. De modo que el autor enfatiza que el primer altar que Jacob construye en el suelo prometido afirma que su adoración va dirigida al Dios de sus padres, y no a los Dioses de la mesopotamia. No está ausente en esta afirmación una respuesta elíptica a la presencia de los ídolos entre las pertenencias que Raquel había robado a su padre y los llevaba consigo (31,19 y 34). Raquel, la elegida y la amada, había cometido una falta grave; una vez más la Biblia no oculta las faltas de sus personajes preferidos.