La Palabra y la oración nos unen y nos dan fuerzas…
Continuamos en cuarentena, cuidándonos y procurando que los días pasen para que podamos al final celebrar y dar gracias a Dios porque nos ha fortalecido en este tiempo. Ya hemos dicho antes que es un esfuerzo grande para todos, que no nos gusta estar aislados y que puede producir cansancio y a veces angustia. Y a eso se suma que no podemos encontrarnos en la comunidad de la Iglesia, con aquellos hermanos y hermanas que tanto queremos y con quienes compartimos la fe y la esperanza en el Señor. Esperamos que este pequeño momento de meditación nos haga sentir que estamos unidos por encima de las barreras físicas. Hoy recreamos una escena bíblica, en la que Marta de Betania dialoga con Jesús. Lo hace cuando está muy triste porque ha fallecido su hermano Lázaro. Sus palabras son un fuerte testimonio, quizás el más claro y fuerte en los evangelios, del reconocimiento de Jesús como mesías, como salvador, y como aquel que nos trae vida eterna. Dejemos que Marta nos hable a nosotros hoy.
Lectura bíblica: Juan 11: 23-27
“Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le responde: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final. Pero dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Marta respondió: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo”.
Marta de Betania, la invisible
Tenemos dos personajes y dos confesiones que se traban en el tiempo. La de Pedro se multiplica por tres en los evangelios, la de Marta solo la menciona el evangelio de Juan. La de Pedro se produce en el marco de una indagación de Jesús, la de Marta como parte del mensaje que anticipa la resurrección de los muertos y de Jesús mismo. La de Pedro es más breve, la de Marta incluye la afirmación del mesianismo de Jesús. Ambas son fundacionales y merecen nuestra admiración. Sin embargo la tradición cristiana ha celebrado la confesión de Pedro y ha soslayado la de Marta. Esta mujer es recordada como la que corre detrás del polvo y la vajilla para que brille la casa y no como la única que afirmó con contundencia la identidad salvadora de Jesús; la que ante la tumba de su hermano Lázaro confiesa su fe en la resurrección que viene a través de Jesús el Cristo. Recorrer el texto nos permite notar que su fe y su testimonio no fueron ocultados por el relato pero quedaron diluidos en la memoria que debe evocarlos.
Nancy Bedford ha puesto de relieve esta paradoja. Ella nos lleva a pensar sobre qué hubiera sucedido si en lugar de que Jesús llamara Satanás a Pedro apenas después de su confesión lo hubiera hecho a Marta o a cualquier otra mujer. Pensamos que tendríamos ríos de páginas escritas sobre el mal que habita en la carne femenina; con esas palabras del Señor se vería confirmada la sospecha de perversión que anida en sus curvas, desde la lascivia de Eva hasta la necesidad de ser virgen para concebir sin pecado. A Pedro se le perdona eso y mucho más: su fe pobre y débil que le impide continuar caminando sobre las aguas; su poca sagacidad para comprender las parábolas; su triple negación en un momento crucial de la vida de Jesús.
De las muchas formas de ignorar una realidad, la de hacerla invisible es la más adecuada para que la indiferencia la corroa. Es notable que la Biblia de Jerusalén, quizás la más erudita de las biblias de estudio, ocupe tres cuartos de página de notas al pie que comentan el pasaje donde se encuentra la declaración de fe de Pedro (Mateo 16:16) y apenas unas pocas líneas en el caso de la confesión de Marta, y de ellas ninguna dedicada a la confesión misma (Juan 11:27). La confesión de Marta pasa inadvertida, se hace como si esa confesión no existiera; pero existe.
Oramos juntos…
Ayuda, Señor, a todos los que por su edad o por estar enfermos, por cansancio o pobreza, no pueden hacer frente a las exigencias de la vida. Dales luz para que te vean caminar junto a ellos.
Ayuda Señor a quienes en este tiempo de pandemia temen por sus vidas y la de sus seres queridos. Dales fortaleza y confianza en ti.
Acompaña Señor a quienes padecen angustia y ansiedad. Dales amigos que los cuiden.
Bendice a quienes buscan entender tu voluntad en este tiempo tan difícil. Ayúdales a gozarse en tu amor aún en medio de las dificultades.
Quédate con nosotros e ilumina con tu amor nuestros días.
Oramos en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor. Amén.