Iglesia Evangélica Metodista de Martínez

Pastor: Marcelo Mondini

Creemos en Jesús como Señor y Salvador

 TEXTOS BÍBLICOS DOMINICALES .

17 de marzo:  Jeremías 31:31-34; Salmo 51:1-12; Hebreos 5:5-10; Juan 12:20-33

24 de marzo (Domingo de Ramos): Salmo 118:1-2, 19-29; Isaías 50:4-9a; Filipenses 2:5-11; Marcos 11:1-11

28 de marzo (Jueves Santo): Éxodo 12:1-4, (5-10), 11-14; Salmo 116:1-2, 12-19; 1ª Corintios 11:23-26; Juan 13:1-17, 31b-35

29 de marzo (Viernes Santo): Isaías 52:13-53:12; Salmo 22; Hebreos 10:16-25; Juan 18:1-19:42

31 de marzo (Domingo de Resurrección): Isaías 25:6-9 Salmo 118:1-2, 14-24; Hechos 10:34-43; Juan 20:1-18

DE LA VIDA DE LA IGLESIA

CADENA DE ORACIÓN:

Al dejar el templo seguimos en comunión. 

Jesús nos une y nos invita a continuar como familia caminando en su compañía luminosa.

Aunque no estemos reunidos, descubrimos, al orar en unión espiritual con los hermanos, los destellos de Su Presencia.

Disponibles a percibirla, somos testigos privilegiados del obrar del Señor y Sus respuestas de amor.

Quienes deseen participar de esta comunión a través de nuestra cadena de oración vía whatsapp pueden comunicarlo a la hermana Lilian Miller, y serán agregados al grupo de oración. 

                          

PARA REFLEXIONAR

 

“El vocablo «cruz» ha de estar lejos no solo del cuerpo de los ciudadanos romanos, sino de su pensamiento, de sus ojos, de sus oídos”. Así se pronunciaba el gran orador Cicerón ante el foro romano, cien años antes de las cartas de Pablo. La crucifixión, según él, era la peor, la más cruel, vergonzosa y dura pena de muerte.

 

Efectivamente, la crucifixión de Jesús fue un hecho amargo y cruel, algo completamente opuesto a un mito, un símbolo religioso, o una pieza ornamental. A ninguna persona de esa época, sea judía, griega o romana, se le hubiese ocurrido la idea de atribuir un valor religioso positivo a ese patíbulo de proscriptos. La cruz de Jesús era, para un griego culto, una locura bárbara, para un ciudadano romano una vergüenza execrable, para un judío creyente una maldición de Dios.

 

Pero, con la Resurrección, precisamente ese madero de ignominia aparece ahora bajo una luz completamente nueva. Lo inconcebible para cualquier persona de entonces se hace realidad mediante la fe en el Crucificado que ahora vive: el signo de la ignominia es transformado en signo de victoria. Esa muerte deshonrosa, propia de esclavos y rebeldes, se entiende ahora como una muerte salvadora, de redención y liberación.

 

La cruz que selló en forma sangrienta una vida vivida consecuentemente, se convierte en un llamado a renunciar a la vida marcada por el egoísmo. Aquí se anuncia una transmutación de todos los valores. Y para evitar cualquier malentendido, como a veces ha sucedido con muchos cristianos, hay que decir que la cruz de Cristo no traza un camino de debilidad y automortificación, sino que nos propone una vida valerosa, dispuesta a afrontar peligros y riesgos, capaz de pasar, si es necesario, por la lucha, el sufrimiento y la muerte, hasta llegar, mediante la fuerza que da la confianza y la esperanza, a la meta de la verdadera libertad, del verdadero amor, de la auténtica humanidad, de la vida eterna. Del escándalo ha surgido una maravillosa experiencia de salvación, la cruz se ha transformado en un camino de vida.

 

Más importante que todas las explicaciones acerca de la Resurrección es conformar nuestra propia vida según la vida nueva y poderosa del Jesús resucitado, mediante la fe en él. La Pascua es el punto de partida y la meta de la fe; pero el criterio último para discernir si una persona es cristiana no es la teoría, sino la práctica; no la forma de pensar sobre doctrinas, dogmas, interpretaciones, sino el modo de actuar en la vida cotidiana. Lo decisivo del ser cristiano es procurar seguir al Señor Jesucristo vivo en la acción de todos los días.

 

La persona y la causa de Jesús se corresponden mutuamente; por eso, no cree en Jesús quien no se decide por él, por su persona, y, a la vez, no se decide a seguirle en su causa. Tampoco nadie puede promover la causa de Jesús si no sigue relacionado a su persona. Solo se puede hablar de Jesús y actuar en su causa, cuando se está en forma práctica en el camino marcado por la fe en la Resurrección.

Hans Küng (1928-2021)